Sí, maquileiros habéis leído bien. No es complicado imaginarse de donde les viene el nombre, pues en el lugar de Luiña, se levanta una impresionante "Maquila" (Molino) que durante siglos sirvió para moler gran parte del centeno de la parroquia de Tormaleo, de la otra parroquia (Taladrid, Villarmeirin, Villaoril, etc) y el de los vecinos "Baloutos".
En un más que aceptable grado de conservación, pertenece y ha pertenecido siempre a la familia Valeriano de Fresno que a su vez, siempre ha tenido alquilada la propiedad a Jesús, más conocido como el "Axín". Lejos de querer dinero, no sé si por bondad o porque escaseaba en aquel tiempo, cobraba el uso del molino en especie.
Situada en el epicentro de la actividad minera, la tierra de Luiña siempre ha sido una de las más prósperas de Ibias. A día de hoy, se mantiene dentro de los cinco pueblos del concejo con mayor número de habitantes. Su centralidad dentro de la parroquia, le ha permitido acaparar la gran mayoría de los servicios de la misma.
El colegio público San Jorge es una de las piezas más representativas de este sector. Enclavado en las ruinas de un antiguo Castro, comenzó sus andaduras en el año 1992 abarcando la etapa infantil y todos los niveles educativos de la primaria hasta octavo. Llegó a albergar más de 200 estudiantes de la zona alta de Ibias, cifra que dista mucho de los 27 de su actualidad.
De más reciente construcción data el polideportivo levantado en los alrededores del centro. Reivindicación histórica de los vecinos, su construcción finalizó en el año 2006. Su uso, aunque escaso pasa por la actividad física que realizan los alumnos del centro y los partidos de fútbol que una vez por semana disputan los chavales y no tan chavales de la parroquia.
La guinda del pastel la componen entre otros el consultorio médico y dos obras de reciente construcción: El Centro Social de Tormaleo y un parque para que los mayores puedan realizar ejercicio.
Todo lugar atesora en sus entrañas una gran joya que le hace brillar con fuerza. En Luiña, esa joya es sin duda la Iglesia de Santa María con su gran espadaña de color blanco. Una vez por semana los devotos fieles congregan alrededor de ella sus rezos y posteriores charlas. Conserva en su interior las imágenes medievales de Santa María, San Pedro y un Cáliz de plata de 1917 donado por Don Francisco de Ron Ybias.
Qué agradable se hace el paseo por estos lares, y es que sí, no hay mayor joya en un pueblo que sus gentes. Así, desde la casa de Pompilio (antiguo chigre de Luiña) hasta la de Barrero pasando por la de Ludivina siempre encuentras gente dispuesta a charlar...
a tratarte con cariño....
y demostrarte, la verdadera grandeza de sus almas.
No hay mayor orgullo para cualquier persona que demostrar que es grande siendo pequeño, humilde e inocente. Tres adjetivos que se le pueden aplicar al pueblo de Luiña.
Y si de algo también pueden presumir los "luiñenses" es de agua. El río del mismo nombre los atraviesa y con sus cristalinas aguas va cautivando al incauto que se atreve a recorrerlo ladera abajo.
Quien decide hacerlo ladera arriba descubre una impresionante ruta que le llevará al Pico Miravalles. Más abajo su braña, "Los Chagozos" que junto con su laguna de origen glaciar, resiste imbatible el paso de las crudas invernadas y luce su mejor cara en verano. Más de uno guardó sus vacas y las del vecín al intemperie de una noche marcada por el aullido del lobo.
!! Cuanto valor tenían nuestros padres!!
No podría terminar este reportaje sin destacar la figura de la mina, sin volver al recuerdo del negro minero, las mulas y el resonar del vagón peleando por salir cargado de carbón.
Todo cuanto somos se lo debemos a ella. Fue quien dio el futuro a nuestros abuelos y nuestros padres. En ella vieron la salida a una vida de penurias en la que el hambre rondaba muchas de las precarias casas del concejo. Ahora que forma parte del pasado, quizás sea el principio del fin, o no, el tiempo, el sabio tiempo lo dirá todo.
Recuerdos, recuerdos y más recuerdos, el teleférico minero ya forma parte de ellos. Más de quince años hace que no ronda nuestros cielos y ahora que no lo hace, como echamos de menos ver ese incesante goteo de baldes negros desfilar por encima de nuestras cabezas.
Añorar tus raíces, recordar la infancia y echar la vista atrás contribuye a mantener viva lo que todos más queremos, nuestra tierra.